viernes, 24 de junio de 2011

PITA DA VEIGA, ALONSO

Alonso Pita da Veiga (Ferrol 1480). Sirvió a los Reyes Católicos y al emperador Carlos I de España en las guerras de Italia y Francia. Destaco por su valor sobre todo en las batallas de Bicera y Gatinara. Lucho en la batalla de Pavía como capitán de caballería del Tercio Andrade. En esta batalla el 24 de febrero de 1525 fue una de las tres personas que intervino en la captura del Rey Francisco I de Francia en una espectacular operación nocturna contra el campamento enemigo. El emperador Carlos I de España le concedió por este hecho escudo de armas.
Según las probanzas del doctor Pita do Vilar, “refundador” del mayorazgo de “las Casas y Palacios de Mandiá”, el capitán Alonso Pita da Veiga y María García de Vilouzás, sus abuelos, vivían en Mandiá, siendo él natural de Ferrol y ella de Pontedeume, villa a la que se retiró una vez fallecido su marido.
La naturaleza ferrolana del capitán Alonso está avalada por el conjunto de los siguientes datos: era Regidor de Ferrol, tenía su asiento en dicha Iglesia. El 31 de abril de 1531, Pedro Morado y su hijo Alonso obtuvieron permiso del visitador de Mondoñedo para poner asiento, donde ya lo poseían de antiguo y su padre Pedro Morado, era vecino y regidor de Ferrol. Su abuelo Juan Yáñez Morado, también era vecino de dicha villa y está enterrado, D. Alonso, en San Francisco de Ferrol.
En cuanto a la identidad de la madre de D. Alonso, dice uno de los testigos en dichas probanzas: “(...) y oyera decir que sus padres del dicho Alonso Pita da Veiga y bisabuelos del opositor por esta parte se llamaban Pedro Morado y fuera regidor de dicha villa y Teressa Pita da Veiga naturales así mismo de dicha villa de Ferrol”.
Casó el Señor Alonso Pita da Veiga, con María García de Vilouzás, hija de Juan Piñeiro “El Crespo” (hermano del Comendador de Porto Marín y Trebejo, del mismo nombre) y Sancha García de Vilouzás (hija de María García y Vasco Gil de Santa Marta). Es por este matrimonio por el que entra la casa del puente en la familia Pita da Veiga, heredada de Vasco Gil de Santa Marta, padre de Dª Sancha.
Hermano de Doña María fue Pedro López Piñeiro16, con el que hace renuncia en 1570, “del foro del casal de Saa, mitad del de Zenda y ¾ de la sincura de Carantoña17”. Dª María, ese mismo año, otorga poder a favor de sus hijos Pedro y Alonso, para que puedan vender, trocar, dividir y enajenar las tierras que poseía en Santa Marta: “(...) vieren como yo mª garcia de villauzas muger byuda que fique de alº pita da veiga”
Debió fallecer el Señor Alonso Pita da Veiga entre los años 1552-1554 (según el cronista de Ferrol Souto Vizoso, el 17 de diciembre de 1558 a los 78 años) y su mujer María García de Vilouzás 1576-1577. En dicha villa, Iglesia de Santiago, es donde manda, María García, que la entierren y donde ya estaba sepultado su padre Juan Piñeiro. Tres de los hijos de D. Alonso y Dª. María, hicieron partija de los bienes de sus padres el 8 de Febrero de 1577, ante Alonso Pita, escribano.
(Fuente: Gabriel Pita da Veiga Goyanes, revista Cátedra nº 13, año 2005)

5 comentarios:

  1. Espero que este blog se llene de comentarios sobre la tradición de la familia Pita da Veiga.
    Personalmente me intereso por D. Felipe Pita da Veiga y Sanz, ferrolano y entre otros destinos comandante del Buque Escuela Galatea.
    En pocos sitios figura este militar como comandante del buque Galatea, sin embargo si consta el que fuera Ministro de Marina,Gabriel Pita da Veiga Sanz, que fue su comandante entre los años 1960-1963.
    Soy el administrador del blog titulado Buque Escuela de Maniobra Galatea, y estamos averiguando en que años estuvo embarcado en el Galatea.
    De paso le invito a visitar el blog y le doy para ellos el enlace, espero que le guste y le recuerde cosas de Ferrol. http://buqueescuelademaniobragalatea.blogspot.com.es/
    Un saludo de Arminio.

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  2. Aprovecho para enviarle algunas líneas sobre el Galatea:

    UNAS PAGINAS DEL LIBRO: BUQUE ESCUELA GALATEA : “UN GUIÑO AL PASADO”
    El viento reinante desde tempranas horas de la madrugada, venía siendo constante desde el comienzo de la singladura, refrescando de fuerza uno a fuerza tres, cuando se tomó su posición. El barómetro registraba una lectura de 760 milibares, por lo que estas condiciones meteorológicas propiciaban que la mar con marejadilla fuese rolando poco a poco a una intensidad mayor.

    Se navegaba, con aparejos de juanetes altos, cangreja y estays, observándose que la dirección del viento iba rolando hacia el este, aumentando a fuerza cinco sobre las tres de la tarde, por lo que como medida de precaución se cargan los juanetes.
    A la vista de los pocos datos recibidos en los partes del día y a consecuencia de las condiciones meteorológicas observadas durante las últimas horas de navegación, se llegó a la conclusión de la proximidad de una fuerte depresión a una latitud algo más alta a la de nuestro rumbo.
    Como previsión se toman las medidas establecidas, consistentes en asegurar todo el aparejo de cruz reforzando su aferrado y apagar las cocinas de carbón para evitar uno de los riesgos más temidos a bordo, el fuego.

    A partir de esos momentos en los que se prepara al buque en la lucha contra el mal estado de la mar, las comidas consistirán, en algunas conservas sobre todo latas de sardinas y galletas, en vez de pan.
    El Galatea ya preparado por su dotación, se pone a la capa. Se amarra la rueda del timón, permaneciendo en todo momento el personal de guardia en la caña para su destrincado y manejo si fuese necesario.
    Al caer la tarde, la presión continúa bajando y un fuerte viento de fuerza ocho hace temer lo peor, un ciclón de características desconocidas está cerca del buque, que se encuentra en el sector peligroso del temporal.

    Se ordena cargar y aferrar trinquetes y gavias bajas, dejando tan sólo uno de los foques y el estay de mesana. Cerrando la capa por la amura de babor y con el motor avante toda, a la espera del rolar de los vientos,
    Momentos después y ya convencida la dotación de lo que iba a acaecer, al ser el viento cada vez más violento, la bajada de presión aún más acusada y la mar arbolada, el comandante del Galatea decide virar por avante al objeto de capear y alejarse del centro del ciclón.
    Sigue...

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  3. En esta importantísima maniobra todos los contramaestres supervisan al pie de cada palo a sus juaneteros y gavieteros y el silencio que envuelve la escena, tan solo era roto por los toques de silbato de cada contramaestre, mandando arriar, izar, cargar, aferrar o lo que en cada momento fuese necesario para la correcta ejecución de la maniobra.
    Todo esto, supervisado por el contramaestre mayor que recibía las órdenes directamente del comandante de buque.

    Para ello se ordenó cargar la trinquetilla y el foque al que le faltaba la cargadera, por lo que se intenta pasar una nueva. Al intentar cargarla y faltando la escota, dando unos fortísimos gualdrapazos a consecuencia de la violencia del viento, se rifó en su totalidad.
    Las condiciones de la mar se hacían aún más duras por momentos, llegando el viento a ser huracanado. La virada en estas condiciones no se pudo conseguir a pesar de haberse facilitado la orzada, cargando la trinquetilla y poniendo los dos motores avante.
    Todos los aprendices y cabos de maniobra se hallaban afanados en sus respectivos trabajos, calados hasta los huesos, con el pantalón remangado hasta las rodillas y descalzos, para de esa manera, como si de una lucha se tratara, tomar contacto con la iracunda furia de la mar, intentando doblegarla o al menos conseguir superar esta desafiante y dura prueba a la que la indómita naturaleza les había sometido.

    Mientras se intentaba esta maniobra y debido a la violencia del viento, se desfalcaron los juanetes de la mayor, los juanetes bajos de proa, gavias y velachos, donde se pasó una randa. No siendo posible hacerlo en los juanetes, rifándose éstos por completo.
    Los golpes de mar rompían cada vez con mayor violencia sobre el Galatea, anegándose por completo la cubierta y registrándose escoras de hasta cuarenta grados, destrincándose el anclote fijo que fue trincado a plan en cubierta.

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  4. UNAS PAGINAS DE : ALETA DE TIBURÓN ( A BORDO DEL GALATEA )

    En un caluroso día de verano, después de tres interminables jornadas de viaje, el sol deslumbraba la mirada somnolienta de un vivaz joven, cuando por fin se detuvo el tren correo que llegaba quejumbroso a la estación de destino.

    Al pisar el andén se vio envuelto en una bulliciosa masa de viajeros, entre los que destacaban marineros vestidos de blanco y algún Lepanto que otro, girando sobre los dedos de algún sonriente muchacho.
    En ese instante notó en su interior un estremecimiento al sentir que su vida ya no sería la misma. Su soñado deseo de poder hacerse a la mar, se vería cumplido mucho antes de lo que esperaba, pues allí mismo y a escasa distancia, le esperaban tres mástiles con vergas cruzadas, que en breves días después de finalizar el período de instrucción, inflarían sus velas y pondrían rumbo muy lejos de su hogar.

    Días antes aguardaba inquieto, sentado en el duro banco de madera del vagón de tercera clase, la hora de partida desde su pueblo natal. El tren al comenzar a moverse parecía vomitar humo y fuego, dejando lentamente atrás el familiar entorno del joven, repleto de naranjos y limoneros que después de haber dado ya su fruto cubrían el campo de vistosos colores tamizados por el verdor de sus hojas.

    Al asomar su cabeza por la ventanilla, un torbellino de aire fresco envolvió su cara que dirigía con cierta tristeza a un pequeño punto cada vez más lejano, y del que ya solo llegaba a divisar el campanario de la iglesia, rodeado de incontables casas encaladas de blanco con sus resplandecientes tejados rojizos, que aún en la distancia podía reconocer individualmente.

    A los pocos minutos y ante su atenta mirada, con lágrimas en los ojos, apenas distinguía del núcleo urbano un punto blancuzco entre las copas de los verdes árboles, y al fondo la montaña. Al girar la cabeza hacia la dirección del viento, el aire enjugó rápidamente sus húmedas mejillas notando como si diminutos cristales de sal le quemaran el rostro…

    Estos dos libros se han escrito gracias a las aportaciones de los antiguos marinos que navegaron en el Galatea y que actualmente participan en el blog.

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  5. Continua:...

    Después de un incesante deambular por las calles ferrolanas, ya al ocaso del día, decidió dirigirse al cuartel. Era noche cerrada cuando a los recién llegados se les ordenó formar en el patio de armas.
    Rápidamente se les hizo pasar por la peluquería para despojarlos de su más ostensible seña de identidad, el pelo. Se lo raparon al cero y luego hicieron una visita a las duchas para posteriormente abandonar definitivamente la ropa de paisano por el uniforme de faena de color gris naval.
    Según se iban vistiendo salían al patio de armas haciendo corrillos donde intercambiaban impresiones de su nuevo aspecto. Un nutrido grupo de muchachos compartían ilusionados, bromas y juegos. Entre ellos destacaba un zagal, originario de un pueblo asturiano que alegre y risueño hacía comentarios llenos de optimismo y esperanza ante las nuevas expectativas que se le ofrecían.

    Prologo de esta novela:

    Creo que las aletas de tiburón dan mucho de que hablar, y no sólo como trofeo de pesca de aquellos voraces escualos que servían luego de alimentación fresca y nutriente para los también voraces hombres de la tripulación del Galatea.
    Imagino el espectáculo en mar adentro, con las velas desplegadas, el sonido de la tela con el viento y el tintinear de pastecas, motones, y cabos contra los mástiles enarbolados hacia el cielo y los hachazos de la proa con el devenir de las olas.

    En ese momento una voz rompía la metódica, monótona y suave melodía de la máquina y la mar. La voz del atento guindola, que recorría como un rayo toda la cubierta del velero. E instantes después el corneta Aquilino daba el aviso general de la danza del animal sobre las olas en su lucha por la vida.
    Todos en cubierta, como novedad de la cotidiana navegación, se asomaban por la borda para contemplar como era izado a bordo ese tiburón de varios metros de longitud de piel brillante y escurridiza, que se revolvía dando coletazos, para zafarse de aquella garra mortal que se había atenazado como alimento en su garganta.

    La cubierta del velero gemía bajo la presión de su poderosa cola, que en los últimos momentos de su vida arrebatada al océano, se negaba a ser víctima fuera de su vital medio.
    En torno a esa aleta de tiburón, discurre la vida de esos muchachos que la colgaban en los penoles de las vergas, dando fe de sus hazañas, que no se limitaban a la pesca, sino a la navegación, a la mar, a las dificultades para la supervivencia ante la indómita y dura naturaleza y ante la dura disciplina a bordo.

    Ahora, pasado el tiempo se recuerda con cierta nostalgia e incluso como una airosa y alegre aventura, pero en aquellos momentos de adversidad, no todo era tan fácil como narran esos muchachos Especialistas de Maniobra. El paso de los años ha dulcificado enormemente, esos momentos y el sabor agridulce vuelve a su paladar, como un vino reposado que en el caminar del tiempo, solo da excelencias.
    Aprovecho una vez más, para beber de la inagotable fuente de vivencias de esos aventureros de la mar, en un buque que se movía merced a sus templadas manos, certeros pies y ágil mente.
    Muchachos a los que yo, sin conocerlos, los imaginaba y admiraba cuando mi mirada, recorriendo los palos del Galatea, se iba alzando hacia el azul del cielo.

    Esos jóvenes han sido el alma de este libro y se ha escrito pensando en ellos, en aquellas dotaciones que han dado vida al velero Galatea y especialmente en : Miguel Gómez Ruiz y José Castrillon Mesa.
    Comenzamos estas narraciones en tierra y recordando al Galatea, no sin antes describir un pequeña reseña histórica del velero.

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